
Autor: Vivian Lucía Rivera Marroquín
Era una tarde tranquila en el planeta Peperoni, Hugo un tierno y travieso duende de queso estaba jugando alegremente en el desierto de los deseos junto a sus amigos Juanito y Leila, cuando de pronto encontraron una gigantesca y extraña estación espacial.
—!Miren¡ !Allá hay unas luces de colores!— dijo Hugo mientras corría en dirección de las luces
—- !Ohhh¡ !Hay que ir a ver¡ respondió Leila con un tono alegre y aventurero.
—Eeee, yo mejor los espero aquí, eso se mira muuuuy peligroso, y ya saben qué dice mi mamá si me meto en problemas— respondió Juanito, mientras tartamudeaba y le temblaban sus manitas.
—- Ya Juanito, no seas miedoso, tú siempre buscas excusas para no acompañarnos, y siempre nos dejas solitos cuando nos cachan—
—Mejor déjalo Leila, si él no quiere ir que se quede echando aguas para que no nos cachen. —
—S-si mejor yo me quedo cuidando aquí, yo no quiero ir—
Tanto Hugo como Leila se fueron acercando al lugar en cuestión hasta que se toparon con que las luces venían de una gran estación espacial, cosa que para ellos no eran tan extraño.
Los curiosos duendecillos entraron a la estación y comenzaron a experimentar con los botones, hasta que Leila presionó un botón verde y esta comenzó a girar rápidamente, hasta que los transportó a un extraño bosque, lleno de árboles extraños y muchas criaturas voladoras que nunca habían visto antes.
— !Leilaaa¡ !Qué changos hiciste¡ !Hoy si nos llevó la trampa! Gritó Hugo furioso por lo que había pasado
—! Ay a mí no me mires! !La idea de meternos ahí fue tuya! !Además tú también te pusiste a apachar botones como loco! !Si yo no hubiera metido la pata, la hubieras metido tú vaya!
—Bueno, ya, paz mundial, ahora sólo tenemos que ver cómo nos regresamos—
—Eee manitoooo, ¿Dónde dejamos la estación?
—¿Cómo que dónde la dejamos? Pues en….
— Ups… ya no está, ya se nos fue.
— ¿Y ahora qué?
— Si tú no sabes yo menos.
—Bueno, vamos a tener que caminar para encontrarla, pero ¿Para dónde agarramos?
—Pues, no sé, a ver déjame intentar algo.
—De Tin Marín de do pingüé, botellita de gerez.
— ¿Qué haces Hugo? Así no se dice eso.
— Ay a ver genio, ¿Entonces cómo va la cosa?
— Es de Tin Marín de do pingüé, cucaramacara títere fue, yo no fui fue teté, pégale, pégale a quien fue, con la punta de tu pie.
—Vamos por aquí, rápido que no quiero que nos coma un animalejo de estos.
—¿Cuáles? — pregunta Hugo mientras voltea y ve que están rodeados de aves.
— Pues esos, nada más mira.
—-!Ahhh¡ ¿Qué son esos?
— !No sé pero nos quieren comer¡
Hugo y Leila corrieron como locos por todos lados, hasta que por azares del destino chocaron con un árbol enorme, lleno de hojas verdes, y ahí vivía Luna, un pequeño Quetzal, al cual sus padres y demás conocidos habían exiliado de su hogar por miedo a sus poderes.
Debido al impacto del choque ambos se desmayaron y al ver esto Luna, voló rápidamente hacia ellos y trató de subirlos como pudo. Afortunadamente ambos eran tan pequeños que no fue tan difícil agarrarlos y subirlos hasta el nido de Luna.
Las horas pasaron pero por alguna razón, ni Hugo ni Leila despertaban, hasta que a la pequeña ave se le ocurrió usar sus poderes para curarlos
Después de buen rato Hugo logró despertar, pero Leila seguía inconsciente, aunque esto no parecía extraño, porque se veía como que le hubiera dado sueño y se hubiera dormido.
—!Ahhh! !No me comas! Gritó Hugo aterrado en cuanto vio a Luna.
—- Tranquilo, no te voy a lastimar, mi nombre es Luna, soy un Quetzal mágico, es que los vi a ti y a tu amiga desmayados en mi árbol y pensé que podía cuidarlos y así me iban a querer hacer compañía, estoy muy solita. Responde Luna mientras una lágrima rueda por su mejilla—
—¿Dónde está Leila? ¿Qué es este lugar?
—Tranquilo, tu amiga está bien, si quieres en cuanto despierte se pueden ir, al cabo que me acostumbré a que todos me tengan miedo.—
—Perdón, no quise que te pusieras triste, gracias, es que es primera vez de tooda mi vida que veo alguien como tú, pero pareces buena onda—
— Ahora sólo por curiosidad ¿Dónde estamos?
— A ver, déjame explicarte, estamos en el planeta tierra, en un lugar que se llama Guatemala, más específicamente en un bosque de la Sierra de las Minas.
—!O sea que si existe¡ en mi colegio me habían enseñado la tierra pero no sabía cómo era.
— Si, este es mi hogar, tiene muchos árboles muy lindos, y muchas otras aves como yo, que soy un quetzal, además puedes ver que hay muchas flores como la monja blanca
— ¿Y eso qué es? ¿ O con qué se come?
— Jajaja, ¿Qué no llevaron ciencias naturales en tu colegio?
— Las aves no se comen, somos pájaros pues, de diferentes colores, tamaños y con diferentes voces.
—- Aaaaa, no pues, perdón señorita genio, yo no sabía, en mi planeta no hay de esos. Sólo tenemos ríos de salsa de tomate, duendes de jamón y queso, y salchichas de mascotas.
— Ya no te enojes, sólo estaba molestando.
— Por cierto, ¿Se puede saber porqué dices que te tienen miedo? Digo, a mí me caiste bien y más allá de tener plumas y alas verdes no te miro nada feo.
— Pues no sé, creo que es porque mis alas tienen poderes.
— ¿De veras ? A ver enséñame
— Si, pero prométeme que no vas a irte corriendo.
— Sii, te doy mi palabra de duende de queso que no me voy a ir corriendo—
— Ya quiérete un poquito manita—
— Es que cuando los saco todos se espantan y salen hechos pistola de aquí.
— Va pues, ahí te va, ¿Ves esa hoja seca de allá? La voy a convertir en algodón de azúcar.
Habiendo dicho esto, las alas de luna expulsaron un rayo de luz verde y en seguida la hoja se convirtió en una bola de algodón de azúcar.
!Wow¡ !Qué increíble¡ !Qué super poder tan bueno este que tienes¡
—¿De veras te gusta? A mis papás les da miedo, por eso me dejaron aquí, solita, porque decían que no querían que transformara nuestro árbol en algodón, porque eso no les servía a ellos de nada.
Después de haber dicho esto, Luna comenzó a llorar desconsoladamente, así que Hugo para tranquilizarla le dijo que ella podía ser su amiga y su hermana, que sus papás no iban a tener problema con adoptarla porque él no tenía hermanos, lo cual la alegró mucho.
—!Al fin voy a tener una familia¡ gritó con alegría.
—Además, allá nadie te tendría miedo, todos tenemos súper poderes, muy chistosos por cierto.
—¿De veras?
— Si, yo por ejemplo, puedo sacar palitos de queso mozzarella de mis orejas, Leila puede sacar rayos de arcoíris que brillan en la oscuridad,
—-!Wow¡ !Eso suena bien chilero¡
— ¿Ah? ¿Bien qué? Pregunta Hugo haciendo cara de extrañeza.
— Jajaja, bien chilero, bien bonito pues,
—- Aaaa, jejeje, ya entendí.
— ¿Y tienes más amigos a parte de Leila?
— Si, tengo un amigo que se llama Juanito, él es un duende sardina, aunque a veces me cae mal porque es muy miedoso, no le gusta hacer travesuras conmigo y con Leila, pero lo queremos porque hace unos tacos de carne y picante, que para qué te cuento.
—- Él se parece a mí, yo también soy miedosa.
— Mmm pues no pareces, a ver dime a qué le tienes miedo
— Ay pues al fuego, es que algunos humanos tienen la costumbre de venir y quemar el bosque y gracias a eso a cada poco tengo que cambiar mi casita.
—No pues, es lógico, el fuego quema bien feo.
—Si, me cae mal pero ni modo, otra cosa que me da miedo son los cazadores, a cada rato se llevan pajaritos de aquí. No respetan nuestro hogar.
— Esos humanos dan mucha lata verdad.
— ¿Y tú a qué le tienes miedo?
— ¿Yo? Jajaja, yo soy muy valiente, no me da miedo nada, sólo no me gustan las olas de barbacoa que salen en la playa de mi planeta.
—- Ajá, si pues, no si eres muy valiente— Dijo Luna, con tono sarcástico y burlón.
— Mira y ¿Porqué hay tantos árboles aquí?
— Es que me preocupa, un poquito que nos perdamos cuando salgamos mañana, por cierto, se me olvidaba decirte, la estación donde veníamos se nos perdió.—
— Eeee, por los árboles no te preocupes yo conozco el bosque como las plumas de mis alas.
— Lo que no sé es cómo es tu estación jijiji.
— Yo si me acuerdo, pero cuando aterrizamos aquí se nos fue y no sé para dónde.
— Ok, yo les ayudo a buscar.
— Gracias amiga, sos muy buena onda.
Ya entrando la tarde, Leila recuperó la consciencia y empezó a buscar a Hugo con la mirada.
—-¿Hugo? ¿Manito? ¿Dónde estás? Preguntaba aún aturdida por el choque.
—Aquí estoy, gritó Hugo desde una de las ramas más altas del árbol. Ahora bajamos.
De repente Hugo y Luna saltaron desde donde estaban y cayeron directamente frente a Leila, lo cual hizo que ella saltara del susto.
—Tranquila Leila, dijo Hugo, no quisimos asustarte, ella es Luna, va a ser nuestra nueva amiga, ella tiene poderes igual que nosotros pero está muy solita y pensé que podíamos llevarla con nosotros al planeta Peperoni.
—Hola Luna, perdón si te asusté, yo me llamo Leila, soy un duende de jamón, y Hugo es un duende de queso, venimos del planeta Peperoni
— Si, Hugo me contó, ¿De veras que quieren ser mis amigos?
— !Si¡ ! A nosotros nos gusta tener muchos amigos¡ Digo si tú quieres.
— !Si¡ !Si quiero¡
Después de que Leila se levantara, los 3 amigos salieron a buscar comida, lo cual fue extraño para Hugo y Leila, porque ellos estaban acostumbrados a comer masa para pizza y Luna no tenía, pero les enseñó a comer muchas frutas extrañas como frutas, insectos y una que otra lagartija.
Ya habiendo terminado de comer, se dieron cuenta que ya era de noche, así que para regresar Leila sacó uno de sus rayos de arcoíris que mantuvo encendido hasta que pudieron subir de nuevo al árbol.
A la mañana siguiente, en cuanto pudieron desayunar, bajaron nuevamente pero esta vez no tenían planes de volver.
Las horas pasaron y los 3 tuvieron un viaje bastante tranquilo, un poco frío pero sin sorpresas desagradables, hasta que se toparon con la estación, tristemente, esta por el impacto estaba casi totalmente destruida.
—- !Oh no¡ gritó Leila, mientras corría para ver lo que había sucedido.
— ¿Qué pasó Leila?
— !La estación está toda hecha pedazo¡
—!Ay no¡ ¿Ahora qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a regresar a nuestro planeta?
—Pues, si quieren se pueden quedar conmigo, yo tengo espacio suficiente, al menos para que puedan arreglar su estación, y con mis poderes puedo ayudarles.—
— Gracias Luna, pero ¿Cómo construimos otra estación?
— Mmm, no sé, sólo se me ocurre que usemos madera, eso puede resistir—
— Podría ser, pero ¿Cómo vamos a conseguir la madera? Con nuestro tamaño, no es aquello que seamos tan fuertes como Hulk.
— Pues, no pero podemos usar nuestros poderes, digo, para algo los tenemos
— !Es verdad¡ grita Leila, !Yo podría cortar las ramas con mis rayos, Hugo puede pegarlos con sus palitos de queso y Luna puede hacer una red para dejarlos caer para que no se rompan y a parte puede hacer cuerdas para moverlos¡
— Pues yo creo que ya tenemos el plan de construcción, pero ¿De veras quieren caminar hasta mi árbol? ¿O mejor construimos una casa primero?
—!A ya sé¡ Mejor les ayudo a buscar un árbol como el mío, que tenga un hoyo más o menos para los 3
— Si Luna, creo que hay que buscar otro arbolito, lo bueno es que aquí hay un montón.
—- Si y se parecen mucho, jijiji
Después de haber tomado las decisiones necesarias para el caso, los 3 amigos se dispusieron a usar la luz del sol que quedaba para encontrar un árbol donde pudieran refugiarse y algo de comer, ya que tanto caminar y pensar les había dado mucha hambre.
Ya llegada la noche, Luna se dispuso a conseguir unas ramas que pegó con algodón de azúcar para hacerles a sus amigos unas colchas para que no pasaran frío, además Hugo se encargó de dejar listas unas cuerdas de queso para atar los troncos que iban a cortar.
Al día siguiente, después del respectivo desayuno, Luna se encargó de hacer unas redes para atrapar los troncos mientras Leila comenzó a buscar troncos que estuvieran un poco secos para cortarlos.
Para la suerte de todos, cerca del área donde estaban había un árbol gigante, parecía seco ya que no tenía hojas ni animales viviendo en él, así que inmediatamente se dispusieron a cortarle ramas, pero había un enorme problema, cada rama que cortaban se rompía, esto frustró mucho a Leila y a Luna, pero no dejaron que ese problema las detuviera.
Así que fueron con Hugo para ver qué podían hacer y a él se le ocurrió hacer un poco de lodo para mezclarlo con las ramas, pero para lograrlo iban a necesitar agua, mucha agua, afortunadamente Luna conocía una laguna que no quedaba muy lejos.
Hugo y Luna fabricaron unas cubetas con queso y algodón de azúcar y las llenaron de agua, una y otra vez hasta que consiguieron hacer el lodo suficiente para llevar a cabo su tarea.
Fueron pasando los días y la nueva estación iba quedando cada vez mejor.
Después de una semana, la estación estaba terminada, pero ahora necesitaban hacerla funcionar.
— !Esta cosa nos quedó bien chilera muchá¡— gritó Luna con entusiasmo
—!Si¡ !Nos quedó muy bonita¡ ¿Pero y ahora cómo la arrancamos? Aquí no tenemos gasolina de Plutón y no sabemos cómo hacerla.
— !Rayos¡ eso si es un problemón del tamaño de la galaxia, dice Hugo mientras se rascaba la cabeza.
— Pues, a mí se me ocurre que podemos usar cosas de aquí para arrancarla, digo, ya que la hicimos con materiales de aquí, por lógica podemos usar cosas de aquí.
—Mmm, en eso tienes razón Luna, ¿Podemos usar aire?
— Eso funciona aquí, pero ¿Còmo le hacemos para salir de la tierra e ir a su planeta?
— Buen punto.
— Se me ocurre que podemos usar rayos de arcoíris, pero hay que construir unos propulsores para meterlos ahí y hacemos un motor que al conectarlo con los propulsores nos hagan despegar.
— Creo que eso funcionaría, Luna ¿Tienes algunas piedras grandes para armar todo?
— Creo que no, pero puedo traer unas del bosque, aquí hay muchas.
— Gracias, yo me encargo de construir todo con Leila. Dijo Hugo.
— Ay menos mal que nuestros papás nos obligaron a recibir el curso de construcción de piezas para naves, si no, ya nos hubiera llevado la corriente, jejeje. Respondió Leila.
— Si, menos mal, al menos en eso tuvieron mucha razón.
Después de su excursión, Luna regresó con una red llena de piedras de diferentes tamaños y colores, lo cual fue de mucha ayuda ya que algunas sirvieron para los propulsores, otras para el motor y otras para ajustar todo, justo como si fueran martillos, destornilladores y demás herramientas.
Al finalizar la construcción y después de una infinita cantidad de intentos, lograron hacerla funcionar.
El viaje fue bastante emocionante para Luna, ya que ella no había podido salir nunca de su bosque, aunque se asustaba mucho cuando la estación se desviaba ligeramente, pero por suerte para ella Leila era una gran piloto, así que los 3 amigos lograron llegar sanos y salvos al planeta Peperoni.
Extrañamente, aunque en la tierra Leila y Hugo pasaron una semana, en su planeta sólo habían pasado 3 horas, por lo que lograron llegar a sus casas sin que sus padres los regañaran por nada.
Juanito, extrañamente también se volvió muy amigo de la pequeña Luna y como era de esperarse, los padres de Hugo también la recibieron muy bien en su familia.
Gracias a esta aventura, Leila logró convencer a sus papás que la inscribieran en clases de manejo espacial y se convirtió en la piloto de naves más joven de todo el planeta Peperoni.