
Autor: Vivian Lucía Rivera Marroquín
Era una noche cualquiera, Gerard Francesco de la Montaña, un científico frustrado de la ciudad de Marbella, estaba leyendo en su habitación mientras intentaba quitarse de la cabeza el último fracaso que tuvo, la silla robótica que había diseñado con tanto esfuerzo, se había quemado completamente durante su última conferencia, dejándolo así como el científico más estúpido de su época.
De pronto alguien toca la puerta, era Marcela, su ama de llaves, al igual que otras noches, para animarlo, entró y trajo con ella un hermoso espejo gris, casi plateado.
No se sabe si era el ambiente o que llevara ropa nueva pero ese día, a los ojos de su jefe, se veía más hermosa que de costumbre.
Al igual que otras veces, la chica colocó el espejo enfrente de la cama y comenzó a bailar, como solamente ella sabe hacerlo, después de unos minutos, Gerard deja el libro a un lado y voltea a ver.
De pronto,comienza a imaginarse muchas cosas mientras observaba ese reflejo angelical, a través del espejo.
Pasados unos minutos, ambos se acercan y comienzan a deslizar sus manos sobre la piel del otro.
Luego, cuando el mundo entero se desvanece, se dejan llevar por el deseo y comienzan a besarse.
Lentamente, los cuerpos empiezan a bailar en perfecta sincronía, dejando de lado todo lo que los separaba.
Cuando al fin ambos estaban hundidos en su propia realidad, Gerard baja un poco hasta encontrarse con dos hermosas montañas, blancas como la nieve y suaves como las nubes.
Poco a poco, el chico aprovechó para besarlas y acariciarlas suavemente.
Después de un rato, se introdujo en el fondo de la cueva de los deseos, provocando en ella, melodías que encendían más el calor del momento.
Cada poco, ambos aprovechaban para voltear al espejo, solo para grabar en sus mentes aquel momento y seguir avivando la pasión entre ellos.
La mágica fantasía de ambos duró hasta que los rayos del sol se asomaron y les recordaron que debían volver a sus realidades.
Justo al final del sueño, tanto él como ella entraron en la tina para seguir disfrutando de su amor, luego cada uno se puso sus prendas y se despidieron de ese bello momento.
A la mañana siguiente, el joven científico se dirige a su oficina para comenzar sus nuevos proyectos y mientras va manejando en su lamborgini negro, va pensando en su sensual compañera disfrazada de ama de llaves.
Qué bien me hacen las noches al lado de Marcela, quisiera poder atreverme a hacerla mía para siempre, pero con esta maldita suerte, no tengo nada para ofrecerle. Se dice a sí mismo.
Por estar desconcentrado, después de unos minutos se sale del camino por donde iba y choca contra un árbol.
Por el impacto, las bolsas de aire se activan repentinamente y le golpean la cabeza tan fuerte que pierde el conocimiento.
Pasaron varias semanas sin que Gerard lograra reaccionar, hasta que un día, gracias a los cuidados del personal del hospital San Pedro, el mejor hospital de toda Marbella, logra abrir poco a poco los ojos.
Al suceder esto, la primera persona que pidió que llamaran fue a su amada Marcela.
Después de unas horas, Marcela entra corriendo asustada a la habitación donde estaba su estimado inventor.
!Amo Gerard! ¿Qué le pasó? Lo he estado esperando en la casa, disculpe por no venir antes, si hubiera sabido desde un principio hubiera venido a cuidarle. Exclamó Marcela, mientras tomaba la mano de Gerard y le da un beso.
No te preocupes, tranquila, estoy bien, esto no es nada, responde Gerard con tono despreocupado.
!Pero cómo no va a ser nada¡ !Nada más mire cómo está¡
Tranquila Marcela, no te asustes, esto en serio no es nada, he pasado por cosas peores.
Ahora cuéntame ¿Cómo está la casa en mi ausencia? ¿Han surgido imprevistos?
Realmente no, digo, solo lo que le pasó a usted.
Muy bien, tú siempre sabes cómo cuidar de mí y de mi casa.
Sabe que es mi trabajo amo, estoy completamente a su disposición, usted pida y yo le concederé.
Por favor Marcela, desde hace años que trabajas conmigo, ya no me digas amo, dime Gerard.
Perdón amo, digo Gerard, es la costumbre, responde Marcela sonrojada por el fuego interno que aún sentía por su amo.
Fueron pasando las horas y Marcela se pasaba tratando de atender a su amo, como tratando de compensar los días que no estuvo con él.
Después de un gran rato, una enfermera entró en la habitación y le pidió a Marcela que se retirara.
Le costó un poco irse, se le notaba en la cara que no deseaba alejarse de su amado, pero ante la insistencia de la enfermera y de Gerard, Marcela se marcha del hospital directamente para la casa.
Los días siguientes ambos enamorados se encontraban en el hospital, en donde podían hablar y fantasear con sus noches de pasión escondida, lo cual fue avivando cada vez más la llama del amor.
Marcela nunca perdía la oportunidad de hacer lo que tanto le daba placer, cuidar de su amo, y con cada gesto de ella Gerard se iba enamorando cada vez más, aunque también sentía culpa por seguir tratándola como su sirvienta y no como lo que realmente era, su fiel y sensual amante.
Las semanas pasaron y poco a poco Gerard se recuperó al punto que logró regresar a su casa para continuar con su vida, aunque para su suerte, en cuanto regresó a su trabajo, su jefe, el señor Smith lo despidió argumentando que la empresa estaba pasando por una crisis económica y que necesitaba recortar gastos innecesarios.
Después de este suceso, Gerard en lugar de sentirse mal, sintió mucho alivio porque ya no estaba cómodo en la empresa para la que trabajaba.
Los meses pasaron y después de tanto pensar y pensar, el joven inventor creó su propia empresa fabricante de robots multitareas, a los que llamó amas de llaves electrónicas, en honor a su amante clandestina.
Ya teniendo garantizado el éxito de la empresa, Gerard decidió pedirle matrimonio a Marcela, para lo cual decidió llevarla a un viaje a la isla privada de su familia.
Estando ahí, en una noche mientras ambos amantes estaban solos, Gerard sacó el clásico espejo gris que los ha acompañado en la mayor parte de sus noches de pasión.
Pero esta vez, Marcela se comenzó a poner un poco ansiosa, no estaba acostumbrada a esas cosas fuera de la casa de su amo.
En cuanto Gerard se dio cuenta de eso se acercó a su amada y suavemente la abrazó.
— Ya no tenemos que escondernos, tranquila, solo relájate y disfruta— dijo Gerard mientras comenzaba a besar ligeramente los labios de su amada.
Después de un rato ambos amantes se hundieron en sueños de pasión desenfrenada por horas y al igual que siempre los rayos del sol indicaron la hora de volver a la realidad pero esta vez, Gerard sacó un hermoso anillo con una esmeralda y un diamante, re arrodilló frente al espejo y preguntó: Marcela, amor de mi vida, tú que has estado conmigo en los buenos y malos momentos, que me has cuidado y me has traído muchas alegrías y placeres, ¿Aceptas casarte conmigo y vivir una noche de pasión eterna hasta que la muerte nos separe?
!Amo, digo Gerard¡ No sé qué decir, !Si acepto casarme contigo¡
Después de ese emocionante momento, ambos amantes fueron a dar un paseo en la playa a caballo, prometiéndose amarse y respetarse por el resto de sus días.